El desenterrado
Escapa por tu vida: no mires tras de ti. Génesis, XIX, 17
Si dijeras, si preguntaras de dónde viene, quién es, en dónde vive, no podría hablar sino de muertos, de substancias hace tiempo descompuestas y de las que sólo quedan los retratos; si preguntas de nuevo, diría que transcurre el cuarto al fondo de la casa, que conserva destruyendo labios como látigos, rostros, restos de útiles inútiles y de parientes transitorios en su soltera soledad. Pero ¿quién puede todavía señalar el lugar del nacimiento, quién en la encrucijada de los aposentos, halla la puerta por donde equivocó el camino?
Detrás de su ciega cerradura, el hombre y su mujer ajena, que la tarde devuelve puntualmente, suelen engañarse con amantes abandonados o difuntos, desvestirse a oscuras, cerrar los ojos, primero las ventanas, y con la voz y con las manos bajas, incitarse a dormir porque hace frío. Pero un día despiertan para siempre desnudos, descubren la edad del triste territorio conyugal, y se toleran por última vez, por la definitiva, perdonándose de espaldas su muda confesión de tiempo compartido.
Y a través de caderas sucesivas, volcadas como generaciones de campanas, el seco río de costumbres y ceniza continúa, arrastra flores falsas, recuerdos, lágrimas usadas como medallas, y en cualquier hijo recomienza su antepasado cementerio.
Y es duro apacentar el alma, y es preciso salvarla de la tenaz familia: apártala de tu golpeado horario y sus descuentos, defiéndela renunciando a las uñas que ya nada pueden defender, ayúdame arrancando las difíciles pestañas que al sueño estorban, las ropas, las palabras que establecen la identidad desenterrada. Porque desnudo y de nuevo sin historia vengo: saludo, grito, golpeo con el corazón exacto la vivienda del residente, quiero tocar sus manos convertidas en raíz de mujer y de tierra, y otra vez pregunto si estuve aquí desde antes, cuándo salí para volver amando este retorno, si he llegado ya, si he destruido el antiguo patrimonio de miedo y abalorios por donde dios se abrió paso a puñetazos, si cuanto tuve y defendía ha muerto de su propio ruido, de su propia espada, para sobre la herencia del salvaje tiempo y sus secretos, para sobre sus huesos definitivamente terrestres y quebrados, sobre la sangre noche a noche vertida en la verdura rota, en los telares, recién nacer o seguir resucitando.
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